domingo, abril 24, 2005

de II a XVI

Ahorita que ya ha pasado tiempo, que las lágrimas de emoción y tristeza ya se han evaporado, me permito escribir unas palabras sobre lo acontecido estos días en una pequeña ciudad llamada Vaticano.
Resulta pues que se murió el que allá mandaba, que decían que era también el jefe de todos los católicos, de toda la Iglesia, aunque sinceramente siempre me pareció, que era el gobernante de una auténtica anarquía. Pues digamos se murió, y resulta que el hombre aquel había actuado contrariamente a las lineas de actuación que se reflejaban en el segundo acuerdo que llevaba el nombre de su ciudad, Concilio Vaticano II. Pues vaya pues con la prensa y la telecomunicación, pues aunque el hombre hizo lo que le dio la real gana, todo el mundo lo amaba y coreaba su nombre.
Resultó pues la hora de buscar un sucesor, y vaya con que tenían que elegirlo aquellos que aquel hombre había elegido tiempo atrás. La magia y la esperanza se abalanzó para el pueblo, creían que el nuevo gobernante iba a ser algo más flexible y más luz que el anterior, aunque para ello no debía hacer grandes cosas. Desgraciadamente toda esperanza fue inútil ya que el sucesor fue, más rígido y egoísta si cabe que el anterior, menos luz y más tiniebla para el pueblo de la Iglesia.
Desánimo venció a esperanza. Pero a pesar de todo, las voces siguieron elevándose. Aquel Casaldáliga a quien habían amonestado por opinar, volvió a gritar que aunque unos se estanquen, otros han de avanzar. Otros decían que la paloma que es el espíritu de Dios, sólo volaba con el ala derecha, por lo que no hacía más que dar vueltas y más vueltas. Otros, quisieron incluso rebelarse, lanzarse en armas, o abandonar aquella ciudad.
Y siguieron gritando y luchando, aferrados a su fe y a sus ganas de construir otro mundo. Y a pesar de que su jefe es tiniebla, ellos seguirán iluminando con sus vidas a los demás

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