domingo, abril 30, 2006

(R)enuncio al arrastre

Renuncio al arrastre. Porqu(e) aún queda dignidad en el tintero. Renuncio al arrastre. Pues a veces es mejor dejar el suelo que esquivar tacones en invierno. Renuncio al arrastre. Tal vez no merezca más querer(es) de plástico que se rompen al pasar (la doble puerta.)
Y mientras estarás en la otra esquina. Y mientras te arrastrarás bajo mil faldas que nunca te darán visado. Y mientras llenarás el banco de atrás de sudor y llantos. Y mientras consumirás tu vida en blanco fuego.
Renuncio al arrastre, aunqu(e) paseo en círculos por tu calle. Renuncio al arrastre, aunque espero que el bus pase y te abandone. Renuncio al arrastre, aunque todo huel(e) a tí cuando te escapas. Renuncio al arrastre, aunque sólo al mirarme s(é) que amas.
(Permítanme que corrija este post, original del domingo 30 de abril a las 5,30. Las correcciones aparecen entre paréntesis.)

domingo, abril 23, 2006

Mafalda

Hoy me encontré con Mafalda. Jugaba con un balón a la puerta del colegio. Ojos grandes y sonrisa enorme. Manos pequeñas y risa fácil.
Inocencia encerrada en su mundo, que iba más allá de aquellas montañas grises, las que su tío solía subir los sábados por la tarde... a Mafalda le encantaban los sábados por la tarde... se iba a casa de su abuela y allí se ponía morada a comer chocolate...
Mafalda me hace sonreir, me hace olvidarme de mi vida y ser feliz... Mafalda es mi terapia personal... es mi escape... nunca he hablad con Mafalda... sólo con su tío... y sólo cuatro palabras... y los amo... porque Mafalda y su tío me hacen ver lo bueno de las personas... porque Mafalda y su tío me hacen creer en vos... porque Mafalda y su tío se aman y amándose, construyen otro mundo mejor...
Hoy me encontré con Mafalda. Jugaba con un balón a la puerta del colegio. Ojos grandes y sonrisa enorme. Manos pequeñas y risa fácil.

martes, abril 18, 2006

Últimamente

Últimamente me arranca las lágrimas una taza al estrellarse contra el suelo.
Últimamente me afligen dolores lejanos que llegan hasta mi en forma de teletipo de ocho líneas.
Últimamente se me encoge el corazón con el traquetreo de los trenes que llegan en la mañana.
Últimamente las sonrisas tapizan el interior del alma que olvidé bajo unos ojos llenos de paz.

Últimamente las caricias se venden al "por menor".
Últimamente los niños ya no juegan con las niñas.
Últimamente el amor ha dejado de estar de moda.
Últimamente han robado los prados verde esperanza.

Últimamente el banco de la calle de atrás ha estado oscuro y sin caricias.
Últimamente ya no sueño que te encuentro en mi portal.
Últimamente mis manos están llenas de vacío.
Últimamente los sueños se han fugado, con las ganas de ponerse a caminar.

domingo, abril 09, 2006

Y cruzó la esquina

Y cruzó la esquina, buscando la boca de metro de al fondo a la derecha.
Y cruzó la esquina, esperando que le tocara la espalda un "no creías que iba a dejarte marchar".
Y cruzó la esquina, y los celos le mordían los tobillos.
Y cruzó la esquina, y pensó que lo mejor es renunciar.

Y cruzó la esquina, planteó tirarse hacia lo fácil.
Y cruzó la esquina, y las lágrimas ahogaban su ansiedad.
Y cruzó la esquina, las estrellas se apagaron a su paso.
Y cruzó la esquina, y rezó por ya no verla, nunca más.

domingo, abril 02, 2006

Estación de Espera

La estación parecía vieja, desdejada. Como sacada de un clásico policíaco. En el bolso del pantalón bailaban las monedas, el cambio de un sandwich de pollo y un zumo, que habían hecho las labores de cena anticipada a la tarde. La sala de espera estaba repleta de ancianos, hombres ya entrados en años que invertían su jubilación en pasear de extremo a extremo las dos naves y la cerca de una treintena de dársenas que completaban la estación.

De vez en cuando, un grupito de chicas (por no arriesgarme a llamarlas niñas) entraban por la puerta más cercana a mí para atravesar toda la nave haciendo bailar sus cortas y llamativas minifaldas, lo que arrancaba miradas y algún que otro comentario de quienes estaban en los incómodos bancos metálicos de la sala. Detrás de ellas, como en procesión, otro grupo, esta vez de chicos (por no decir niños) las seguían como hipnotizados por el vaivén de sus traseros.

En la estación, bien en los bancos bien vagando sin destino aparente, la mayoría de la gente presentaba un semblante extraño, podría decirse amenazante. Y era curioso el bajo número de personas claramente inmigrantes por su color de piel u otro rasgo físico... Jóvenes con la mirada perdida pidiendo unas monedas para un billete que nunca iba a comprarse, mujeres hurgando en el fondo de las viejas papeleras casi a rebosar, hombres con sombrero de cowboy, y otros bajitos, con barba, corriendo de allá para acá...

Me invadió una sensación de frío en la nuca. Me levanté del borde de un escaparate de lencería que había hecho de asiento durante más de dos horas y eché a andar hacia la dársena veintitrés... Más miradas perdidas, más minifaldas, más abuelos pasando la tarde, más vaqueros, más hombrecillos corriendo... Había viajado por las mayores estaciones del país pero esa ocasión, por vez primera, busqué con la mirada un banco frente a la dársena donde debía parar mi autobús, escogí uno pegado a la pared, y allí, con las espaldas cubiertas, esperé, solo... y con miedo.