lunes, marzo 28, 2005

Lo que toca la piel

He observado un tanto escéptico la moda actual de esas pulseras de silicona amarilla que al parecer un ciclista comercializa para recaudar fondos para su fundación contra el cancer. Lamentablemente me resulta cuanto menos sospechosa esa moda explosiva pero, debido a mi desconocimiento no me sentí con el suficiente valor para indagar más en ese extraño boom de la silicona amarilla...

Pero, cual mi sorpresa al enterarme que nuestra amiga Nike también comercializa unas pulseritas también de silicona de colores blanco y negro como símbolo de la repulsa al racismo.

Me informo de que el precio más barato de venta de dichas pulseras es de cinco euros (el más barato porque hasta con las pulseras se especula), que según la multinacional, irán a parar a asociaciones que trabajen contra el racismo...

No quiero meterme en suposiciones fáciles como el dilema moral de que una multinacional cuya culpabilidad de explotación infantil es sobradamente conocida se atreve a dar gritos sobre la justicia en el mundo, no quiero preguntar por los certificados ante notario de sus compromisos y (en el caso de que los hubiera) el seguimiento legal de su cumplimiento, no quiero distraerme pensando hasta que punto una pulserita bicolor de silicona sirve como anestésico social, como lavaconciencias barato...

Sólo denunciaré una cosa... bajo la pulsera, en la cara que toca a la piel aparece un tanto alejada del característico "stick" una inscripción que ya es más característica de la empresa que el "Just do it"... "MADE IN TAIWAN"... un signo de procedencia que no me inspira más que un rechazo absoluto a la explotación de trabajadores asiáticos por parte de Nike.... la explotación laboral tanto de adultos como de niños es la cumbre de la pirámide de la injusticia social en nuestro mundo ... y también, por que no, una forma de racismo, la explotación por vivir en una nación diferente, que no pudo aferrarse al tren de la economía liberal, y que nunca podrá desarrollarse oprimida por aranceles, deudas y controles de todo tipo... cosas de la globalzación...

Pero tú tranquilit@.. que tienes una pulsera....
"Just do it"

lunes, marzo 14, 2005

en la oscuridad

Parece que han muerto las revoluciones, que los ideales se han escondido bajo el felpudo de las casitas con jardín y perro. Carecen de importancia las luchas por la justicia, la paz o la justicia; y para pintar nuestras conciencias de rosa fantasia organizamos telemaratones de caridad de lo que sobra.
El dinero mueve montañas, pero a las montañas parece no importarle. Bajo un mismo techo de estrellas vive gente columpiándose en una luna en forma de "ce" de consumo y riéndose de los revolucionarios, que aunque nunca perfectos, demostraron el valor de luchar por lo que creían justo.... mientras en la habitación de al lado otros mueren con "eme" de miseria cultivada por los ricos que somos, a fin de cuentas, los culpables de esta ruleta rusa.
Pero allá, donde las sombras no nos dejan ver. Miles de personas trabajan, en silencio, por nivelar la balanza de la vida y de la muerte.

martes, marzo 08, 2005

Historias de Madrid (II)

El autobús procedente de Gijón despertó a Esaid como cada día. Parecía que los conductores habían hecho un pacto nunca escrito con él para ayudarle a salir del profundo sueño que le caracterizaba, y que había llevado a sus compañeros de piso a apodarle “el almohada”. Llevaba poco tiempo en Madrid, aproximadamente unos cinco meses. Trabajaba en una empresa de construcción, un trabajo totalmente nuevo para Esaid pero al que, día a día, iba acostumbrándose. El empresario le pagaba bien, no había puesto ninguna pega por su mal español y había prometido, tras un periodo de seis meses, asegurarlo y regularizar su situación; cosa de agradecer después de los tres meses que pasó en el invernadero de “Fresas Asunción”, cerca de Murcia, donde no encontró más que compañeros explotados por encargados explotadores que a su vez eran explotados por un jefe explotador…

Vivía con otros tres compañeros de trabajo, en un piso alquilado justo al lado de la estación de autobuses. Los cuatro habían nacido en un pueblito cerca de Rabat, y juntos decidieron probar fortuna en el país vecino, después de que la empresa de piezas metálicas en la que trabajaban se declarara en quiebra de forma repentina. Esaid era el más joven de ellos, con veinticinco años tenía la intención de ahorrar en España lo suficiente para abrir una tienda de artesanía en Rabat, para vender las piezas de barro que con todo detalle moldeaban sus hermanas en el taller familiar. Se pasaban la mañana y parte de la tarde en el trabajo, por lo que no tenían demasiado tiempo libre. Los domingos solían juntarse con otros marroquíes para tomar té y pasar largas horas charlando de sus trabajos, de sus familias y de sus sueños futuros. Esaid era feliz aunque deseaba con todas sus fuerzas volver a Marruecos, ver a sus hermanas, a su padre y abrir su propia tienda de artesania.

Ya habia voces en la cocina. Seguramente Nor, el mayor de la casa, estaba preparando té para desayunar, acompañado con alguna galleta María. Esaid apuró hasta el último minuto, intentando hacerse uno con las sábanas que le cubrian. Armándose de valor, se incorporó de la cama y fue rápidamente al baño, evitando que alguno de sus compañeros consiguiera arrebatarle el turno para la ducha. Tras un fugaz desayuno cogieron sus chaquetas y, agilizando el paso debido a la hora, se dirigieron a la estación de tren. Aquel día iban a empezar una obra en una tienda cerca de la estación de Atocha.

Justo al llegar a la estación, arrancó su tren. Tras una inútil carrera, se sentaron en un banco del andén a esperar el siguiente, que no tardó más de diez minutos. Subieron al primer vagón, pero el tren no arrancó. El interventor, salió al pasillo y hablando lentamente, conocedor de que muchos de los ocupantes del tren no entendían el español a la perfección, dijo “Atención. Este cercanías no puede avanzar debido a problemas en la estación de Atocha. Tienen que abandonar el tren”.

Los pasajeros fueron abandonando el vagón, Esaid pensó que iban a despedirlo por llegar tarde al trabajo. Decidieron coger el autobús que no tardaría demasiado en pasar por allí rumbo a Atocha, pero tras casi veinte minutos de espera no apareció. Cuando estaban convencidos de un despido asegurado, el teléfono móvil de Nor empezó a sonar. Llevaba más tiempo en España que sus compañeros, por lo que hacía las veces de representante de los cuatro. Nor descolgó el teléfono “¿Diga?” Empezó a ponerse pálido, y con voz temblorosa respondió “De acuerdo jefe, hasta mañana entonces”. Algo había explotado en la estación, algo grande. Había muchos muertos… los cuatro se miraron… si hubieran cogido el tren anterior, ellos habrían estado en Atocha en el momento de la explosión… Cabizbajos y un tanto desconcertados volvieron a sus casas. Tenían el día libre.

Los días siguientes fueron muy difíciles. Toda la ciudad estaba confusa y un tanto distante, sobre todo hacia los árabes ya que al parecer, habían sido terroristas islamistas los causantes de aquellas explosiones. Esaid no podía entenderlo. Aunque ciertamente crítico, siempre se había considerado un buen musulmán, y no comprendía cómo aquella barbarie podía haberse organizado en el nombre de Alá. Pensó, que algo debía marchar mal para que algo así pudiera suceder. No lo dudó, el veinte de marzo se despidió de sus compañeros y con lo poco que tenía, volvió a Marruecos, necesitaba más que nunca estar con su familia.

lunes, marzo 07, 2005

Historias de Madrid (I)

Carlota vive en Tetuan, en el número tres de la calle Hernani. Cuando hace veintisiete años se trasladó a Madrid con su marido pensó que era una suerte vivir en una calle que llevara por nombre su pueblo natal donde aún quedaban sus mejores recuerdos. A sus ochenta y ocho años, pocas cosas le ponen triste, ni siquiera recordar a Santiago, su marido, cuyo corazón se retiró de la batalla por latir hace cinco años.

No tuvo hijos y no por falta de ganas. Ciertos problemas de esterilidad de Santiago unidos a una inestabilidad económica que se mantuvo hasta su llegada a Madrid impidieron hacer realidad ese sueño que habían compartido juntos. Albacete, Barcelona, París, Caracas… fueron muchas las ciudades en las que Carlota quemó su vida limpiando, tejiendo, cuidando niños… La Guerra Civil les obligó a abandonar su Hernani natal para emprender un exilio por todo el mundo… dos humildes simpatizantes del movimiento comunista no eran “bien vistos” en la nueva sociedad española; pero tampoco fueron ayudados por sus “camaradas” que les criticaban de traidores por seguir manifestando abiertamente su fe católica. Atrapados entre el idealismo y la persecución, Carlota y Santiago recorrieron con sus maletas cientos de lugares con la esperanza de encontrar un trabajo siempre inaccesible por su pasado político.

Tras la visita a un pariente lejano de Santiago asentado en París desde hacía años, la pareja destinó lo poco que quedaba de sus ahorros para unos billetes rumbo a Venezuela impulsados por las buenas noticias de algunos conocidos. Y tuvieron suerte, encontraron trabajo en un restaurante de cierto renombre de Caracas, ella como cocinera, él como camarero. Trabajaban duro y muchas horas, pero el sueldo era bueno y les permitía pasar mucho tiempo juntos. Pasaron así muchos años, hasta 1978, año en el que gracias a lo ahorrado en Caracas junto a lo obtenido por una buena venta del caserón que el padre de Santiago les había dejado como herencia, pudieron volver a España y asentarse en un pequeño piso de la capital, tras rechazar la idea de volver a abrir las viejas heridas que seguro habían tardado en cicatrizar en Hernani.

El once de marzo del dos mil cuatro había madrugado como todos los días, le gustaba recoger unas magdalenas recién hechas en la pequeña panadería de la calle Palencia para compartirlas con Fermín, un minino entrado en años que le hacían más fáciles sus días de soledad. Bajó por las escaleras despacio y pensó que era una suerte poder salir a la calle sin paraguas, al contrario de los días pasados. Cruzó la calle saludando al mozo de la tienda de ultramarinos, que siempre estaba dispuesto a ayudarla con la compra semanal. Llegó a la panadería, que estaba algo más llena que de costumbre… era natural, no había en Madrid magdalenas mejores que las que allí hacían. La dependienta comentaba agitada alguna noticia que acababa de escuchar en la radio. La audición de Carlota no era demasiado buena pero unas palabras se clavaron sin piedad en su cabeza. “Bombas en la estación”. No era un atentado como los que, desgraciadamente, solía ver en televisión. Habían sido varias explosiones en un tren.

Carlota volvió inconscientemente a su juventud, cuando en abril del 1937 contempló la estación de Guernica totalmente destrozada, días después del bombardeo por parte de la aviación alemana..Sin pensarlo, dio media vuelta y tan rápido como sus envejecidas piernas le consintieron puso rumbo a su casa.

Cruzó la calle sin saludar al mozo de la tienda de ultramarinos, subió las escaleras y fue directamente a su habitación. Se sentó en la cama y abrió el segundo cajón de su mesita de noche. Allí guardaba una caja de metal que algún día había servido para guardar sus ahorros en Caracas y que hoy contenía algunas de las cosas de Santiago. Sacó un sobre de ella y de él, dos pequeñas cartulinas blancas oscurecidas por el paso del tiempo. Por unos instantes miró uno de ellos. “Santiago Damborrena Pagalday”. Perfiló a través de sus gafas mal graduadas el contorno de una hoz y un martillo y sin dudarlo, encendió el mechero que su marido siempre llevaba en el bolsillo pese a que nunca llegó a fumar de veras. Acercó las dos pequeñas cartulinas a la llama, las arrojó a sus pies y tras una fugaz mirada al crucifijo que presidía su habitación, observó como se iban consumiendo dejando una oscura mancha en el suelo. Aunque sentía que traicionaba a su marido no iba a permitir que volvieran a jugar con su vida por dos carnés de simpatizante.

domingo, marzo 06, 2005

Algún domingo

Algún domingo no muy lejano de tu vida te levantarás inundada por las lágrimas que nunca conseguiste escupir de tu corazón malgastado por las olas de rabia que intentan ahogarnos en nuestra utopía particular.
Sentirás que tu mapa de carreteras resulta inútil en este entramado de túneles ocultos por montañas globalizadas de odio y desesperanza, que todo se ha perdido entre el asqueroso humo que se pega en el interior de nuestras almas ocultando las mayúsculas de la palabra amor.
No podrás salir del laberinto que un día te pareció un juego de niños, te sentirás hundida entre la nieve sucia y llena del polvo que levantan los caballos blancos desesperados por cortarse las venas y con su sangre regar jardínes de primavera.
En tu sexo archivarás las fotografías de aquellos que un día prometieron coronarte en el reino de la justicia, mintiendo con medias verdades que escondían el hueco que deja la esperanza al morir en manos de aquel que vive inundado en en sudor de su propio ombligo.
Entonces desearás que vuelva a ser sábado, para poder agarrar el timón de este barco que navega por los mares tranquilos de la desesperanza.