Como auténticos kamikazes enloquecidos por el ardor sistólico, fueron cayendo en trampas haciendo honor de animales que vuelven a tropezar en el mismo canto mientras fueron espadachines con la nariz como arma.
Y al mirarse se descubrieron mutuamente, navegando por futuros de la mano, viendo aparecer arrugas en sonrisas que cada día les recuerda el porqué sus segundos son eternidades en mundos de relojes de euforia.
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