arrancan telarañas de los corazones raídos por el tiempo, con méritos
propios para el club de la misantropía
Y al cerrar los días dadivosos, los finales podrían ser mejores,
rematados por tardes homicidas en las semanas de dos domingos y uno
doble, que secuestran la ilusión y el verde vida, de funambulistas en
cuerdas de violines sordos.
Despedidas de cristal que quitan puntos a los ánimos perdidos en
enero. Las sonrisas corren riesgo de apagarse, y los ojos lindos son
buena diana, de cacos sinsentido y sinvergüenza, pues a altas horas
madrugada, todo queda en poco más que unas miserias, ante necio
observador de tramontana, ante joven escritor de pluma vieja.
Y las camas no son una, sino ambas. Respectivas trincheras
somnolientas. Donde todo, al final, sigue su curso. Donde todo al
final se recompensa.
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